Ramona, comandanta
Gloria Muñoz Ramírez
Ojarasca 105 enero
2006
Comandanta Ramona, La
Realidad, octubre de 1996 FOTO: Yuriria Pantoja
Aquella noche de octubre de 1996
sus ojitos se cerraban de cansancio. En su pequeña y austera habitación dentro
de la catedral de San Cristóbal de las Casas, la comandanta Ramona no entendía
por qué había tanta gente afuera vitoreándola, llevándole serenatas y flores
toda la noche. "No sé por qué me quieren", dijo con un tímida
sonrisa, sentada a la orilla de una cama individual, apretando entre sus manos
morenas una rosa de papel crepé que por la mañana le entregara el subcomandante
Marcos en la comunidad de La Realidad, al despedirla.
Ramona luchó por más de veinte
años en las filas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) como
parte del Comité Clandestino Revolucionario Indí-gena (ccri), órgano colegiado
y supremo de la organización zapatista. Sorprendida, nerviosa, cargando en sus
espaldas con la gran responsabilidad de ser la primera za-patista que cruzaba
el cerco militar y salía de la zona de conflicto a decir su palabra en la
ciudad de México. Ella, solita, ante decenas de miles de indígenas, trabajadores,
campesinos, estudiantes y, sobre todo, mujeres del campo y la ciudad que
hicieron de ella un símbolo de su propia lucha, un espejo de su propia
rebeldía.
Ramona murió doce años después
del levantamiento armado. Justo en un momento en donde toma auge una etapa que
ella inició a principios de octubre de 1996. Entonces dijo, soñando,
vaticinando, advirtiendo ante un Zócalo repleto: "Soy el primero de muchos
pasos de los zapatistas al Distrito federal y a todos los lugares de
México". Después vendrían en efecto muchos pasos: la salida de los 1 111
zapatistas a la ciudad de México en 1997; la Consulta por los Derechos de los
Pueblos Indios y por el fin de la Guerra de Exterminio, en la que 5 mil hombres
y mujeres zapatistas se desplegaron por todo el país en 1999; finalmente, la
Marcha del Color de la Tierra, en la que el subcomandante Marcos y 23
comandantes y comandantas recorrieron 13 entidades de la República para exigir
el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés.
"Esperamos que todos ustedes
caminen junto a nosotros. Por eso queremos unir nuestra pequeña voz de
zapatistas a la voz grande de todos los que luchan por un México nuevo.
Llegamos hasta aquí a gritar, junto con todos, los ya no, que nunca más un
México sin nosotros. Eso queremos, un México donde todos tengamos un lugar
digno", dijo Ramona en 1996, y lo repiten diez años después los zapatistas
en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y al arranque de la Otra Campaña.
Ramona representa la coherencia y
consecuencia de un movimiento. La perseverancia, la ternura, la furia, la
rebeldía permanente. "Para este diálogo nacional vamos a caminar mucho y
vamos a dar muchos pasos... pero necesitamos que todos ustedes nos ayuden a
caminar a todos los zapatistas, así como me ayudaron a mí a caminar hasta
aquí." Ella, con su voz entrecortada por la enfermedad y su escaso
castellano, la que habló de los sueños de los de abajo.
Durante la primera entrevista
pública que concedió la comandancia general del ezln, la comandanta Ramona hizo
su aparición entre la niebla de los Altos de Chiapas. Corría febrero de 1994.
Bajando de las montañas después de los primeros días de combate se dirigó al
mundo. Un mes después, en medio de la primera ronda de negociaciones entre los
rebeldes y el gobierno federal, Ramona se impuso con su pequeñez y firmeza.
Durante el diálogo desplegó la bandera que le arrebataron al poder en la toma
del palacio municipal de San Cristóbal de las Casas, en un símbolo que lo dice
todo: "Somos indígenas y somos mexicanas". La respuesta de Manuel
Camacho, entonces comisionado gubernamental, fue torpe y muy representativa: se
colgó, literalmente, de una esquinita de la bandera para salir en la foto.
Nunca quiso otra cosa el gobierno.
Un día antes de partir de nuevo a
las montañas, Ramona se reunió con un grupo de periodistas, todas mujeres.
Enfundada en una enagua negra de lana y un gran huipil rojo originario de San
Andrés Sacamch'en, cubierto su rostro por el pasamontañas que deja ver unos
ojos negros y extremadamente tiernos, la mujer tzotzil se apoyó en el
comandante Javier como traductor para decir su palabra: "Las mujeres que
estamos en esta lucha sentimos que nuestra participación es muy importante,
porque llegamos a entender que para cambiar esta mala situación tenemos que
participar. No todas en la lucha armada, sino también en dife-rentes trabajos
en nuestras comunidades".
Era para variar, de madrugada.
Las imágenes de los santos de la Catedral coleta estaban cubiertos con mantas.
El olor a velas e incienso cubría el recinto que albergó los primeros diálogos
de paz. Ramona explicaba su ingreso a la organización, las razones de su propio
Ya Basta: "Antes de participar en la lucha armada salí de mi pueblo a
buscar trabajo por la misma necesidad, pero cuando llegué a otro lado empecé a conocer
la situación de las mujeres, empecé a entender y a cobrar conciencia. Así
empecé a conocer la organización y me di cuenta que hay necesidad de
organizarse también las mujeres, porque cuando salen a las ciudades pues no hay
respeto, no nos toman en cuenta".
Fue su bandera la lucha contra la
discriminación de las mujeres: "Una de nuestras principales demandas es
precisamente de nuestra situación, porque no somos tomadas en cuenta. Por eso
exigimos que haya respeto, democracia y justicia, porque como somos mujeres y
además indígenas pues no hay nada de respeto para nosotras. Exigimos también
que haya vivienda digna, clínicas especiales para atender a las mujeres, porque
para atender a los niños no hay adonde acudir, ni hay hospitales ni doctores.
No hay educación para las mujeres, tampoco alimentos, sobre todo para los
niños... Hay una esperanza de que algún día cambie nuestra situación. Es lo que
exigimos".
Ramona era bordadora de telares y
sueños. Sus manos eran mágicas, como las de todas las mujeres de los Altos.
Cuentan las religiosas que la cuidaron durante su convalecencia en el Distrito
Federal que pasaba las tardes con hilos entre las manos, estudiando (pues casi
era analfabeta) y aprendiendo un poco de castilla. Escuchaba noticias y
compartía con sus visitas las historias de su lucha. A algunas mujeres que la
cuidaban les enseñó a tejer pulseritas y a otras les regaló blusas de colores
hechas con sus propias manos.
En febrero de 1995, luego de la
traición gubernamental que llevó tropas y tanques mili-tares a las comunidades
indígenas zapatistas, Ramona reapareció en un video sentada prente a una
pequeña mesa: "Quiero que todas las mujeres despierten y siembren en su
corazón la necesidad de organizarse, porque con los brazos cruzados no se puede
construir el México libre y justo que todos deseamos", dijo la comandanta
visiblemente afectada por la insuficiencia renal.
Fue ella, con su 1.40 de estatura
quien destrabó una de las fase más críticas del segundo diálogo con el gobierno
federal, en octubre de 1996. Su salida a México se aprovechó para tratar su
enfermedad. Le transplantaron un riñón de su hermano y con él en el cuerpo
sobrevivió, luchando siempre, casi diez años más. "Ella solita en su
municipio autónomo", decían en broma sus compañeros más allegados.
Seis días después de iniciada La
Otra Campaña, el movimiento nacional de los de abajo y a la izquierda convocado
por los zapatistas, se recibió el anuncio del deceso de Ramona. Los honores a
la comandanta fueron privados. "Su pérdida ha significado un gran dolor
del que es muy difícil hablar. Es por eso que ahora no les podemos decir más de
nuestra comandanta y de lo que será para nosotros su ausencia" explicó el
ezln, al tiempo que confirmó que después del sepelio se reanudaría el recorrido
por toda la República mexicana para seguir construyendo otra manera de hacer
política. La responsabilidad y el compromiso se redoblaron. Por ella y muchas
más como ella.
El 8 de marzo de 1996, el
subcomandante Marcos esbozó un cariñoso y respetuoso retrato de Ramona, que hoy
adquiere fuerza mayor: "La comandante Ramona asombrará con su estatura y
brillo a los medios internacionales de comunicación... Ramona ríe cuando no
sabe que se está muriendo. Cuando lo sabe, sigue riendo. Antes no existía para
nadie, ahora existe, es mujer, es indígena y es rebelde. Ahora vive Ramona, una
mujer de esa raza que tiene que morirse para vivir..."
Ramona, el arma más temible del
ezln, era una indígena más cuando sin pasamontañas caminó alguna vez por las
racistas calles de San Cristóbal de las Casas. Cuentan que una vez se paró
frente a una tienda de postales y compró algunas. Eran, para sorpresa de sus
acompañantes, fotografías de ella con el rostro cubierto. Se las vendieron
quienes hacen negocio con su imagen y Ramona, traviesa y sonriente con su
ocurrencia, las pagó y se retiró con la frente en alto.
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